domingo, septiembre 12, 2010

Máncora y los placeres infinitos

Aunque conocemos el edén solo por nuestras bíblicas lecturas, en el Perú hay varios lugares que se le parecen. Uno de ellos sabe a playa. Quisiéramos creer que la vida es así. Que la felicidad es posible y que podemos sentirnos plenos tomados de la mano o acariciando nuestros cabellos, mirando el mar. Y sí, a veces es posible, es una realidad que, de tan tangible, emociona. Y en Máncora, la bellísima playa norteña, nos volvimos a deslumbrar porque, a pesar de haber ido tantas veces y de creer que ya la conocíamos toda, siempre nos sorprende. Esta vez, caímos de sorpresa, sin mayores expectativas. Nos habían hablado de un nuevo hotel en el lugar, que ofrecía un paseo en yate para sus huéspedes. Más que por el hotel, fuimos por la travesía marina. Encontramos miles de sorpresas, infinitos placeres, incontables sensaciones. Hablemos de las sorpresas. Como le pasa a Machu Picchu con Aguas Calientes, Máncora es un lugar bello por sus playas, feo por la ciudad que la rodea. El MMH Hotel está a solo dos minutos del pueblo y es un oasis, literalmente, en medio del desorden. Diseñado por el arquitecto Jordi Puig, es blanco, blanquísimo, con una piscina ‘infinita’ que se ‘fusiona’ con el mar. Además, está pensado para que, desde cualquier lugar del hotel –inclusive desde las duchas de sus 12 habitaciones– siempre se pueda tener una vista panorámica del mar. Hablemos de los placeres. No hay nada como caminar con ella (o él), con los pies desnudos, al borde del mar y ver caer el día con el sol convertido en fuego… ese fuego que se impregnará en los caminantes y que hará de sus placeres… infinitos. Pero, nunca está de más un poquito de ayuda. En el restaurante del lugar se sirven buenos platillos con tuno, el pescado más común y delicioso de Máncora. Además, a los ya consabidos paseos en motos areneras, algo de surf y masajes que revitalizan, el hotel tiene un yate que ofrece paseos a los bendecidos visitantes. Nosotros tomamos el del atardecer y si ya nos había deslumbrado un paseo por la orilla, imagínese la plenitud que se alcanza al sentir que uno se sumerge en ese dios pagano llamado sol, que se hace fuego ante nuestros ojos.

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